Compartimos con todos un pequeño cuento de uno de nuestros compañeros
Le sumergían la cara en el estanque una y otra vez; los choques eléctricos en la parte interna de los muslos era otro método para infringir dolor, y las manos ya mostraban como las ataduras cumplen ese papel de anular la dignidad.
Las preguntas despegaban una tras otra, «¿Quiénes son? Dígame», el disfrazado de verdugo.
Luis Fernando, sin siquiera temblarle la voz, respondió. “somos camaradas: esos hombres, mujeres, niños, ancianos, somos eso, camaradas, pobres camaradas”
«¿Camarada?» Interrogó el empleado verdugo.
Sí, señor explotador de la tortura, la camaradería se encuentra en aquellos que entonan una consigna contigo; en los que levantan un puño en flor con la masa y desde la base y, en los que actúan guiados por el instinto del amor cuando la razón lo a merita. Estas personas son mis camaradas, no sólo de la lucha, sino de la vida misma.